Nuestra Constitución Nacional en su artículo 63 reconoce
al sufragio en los siguientes términos: “El sufragio es un derecho. Se ejercerá mediante
votaciones libres, universales, directas y secretas (…)”. Es un derecho humano, uno de carácter político, que ha
venido optimizándose a medida que las diversas Cartas Magnas que han regido a
nuestro país lo reforman; pero más allá de eso, el sufragio está revestido de
especial importancia y significación. Mediante éste, cada ciudadano de la
República se hace partícipe de la dirección del Estado o de los “asuntos
públicos” en palabras de la Constitución. A pesar de no ser una forma directa e
inmediata de participación en la gestión del país, ya que al fin y al cabo son
los representantes que el pueblo elige, y no el pueblo mismo, quienes llevan
las riendas del gobierno; sí que implica una demostración ciudadana, un mensaje de la ciudadanía para hacer
recordar que a pesar de todo, es ésta la que detenta el poder último: la
soberanía, y que por tanto tiene la potestad de colocar al mando del país a
quienes su voluntad indique; aunque muchas veces esa escogencia termine siendo
un grave error.
Sin embargo, el sufragio -y por ende
votar- no son obligatorios. Es, como
dije, un derecho, una facultad del ciudadano reconocida por las normas
constitucionales y legales, pero no un deber. Anteriormente, bajo la
vigencia de la Constitución de 1961, ejercer el voto sí que era imperativo;
ésta, en su artículo 110 claramente indicaba que “(…) Su ejercicio será obligatorio, dentro de los límites y condiciones
que establezca la ley”. Por
el contrario, la actual Constitución reconoce la esencia liberal del sufragio
como derecho individual, como prerrogativa que es, haciendo que prime la libre
voluntad de cada elector para ejercer o no el voto, por lo que suprime de sus
disposiciones el carácter obligatorio que tenía (nótese que en el artículo 63
constitucional no se consagra como deber). Esto lo reafirma la vigente Ley Orgánica de Procesos Electorales, al
contemplar en su artículo 126 que “Ninguna persona puede ser obligada o coaccionada bajo ningún pretexto
en el ejercicio de su derecho al sufragio”. En este sentido, la abstención
electoral se convierte en una forma pasiva de manifestarse en el sistema
democrático, permitida por nuestro ordenamiento jurídico, y perfectamente
aceptable cuando es usada como forma de censura a las opciones electorales
mediocres que en ocasiones se presentan.
Si la abstención no es un delito ni un pecado, ¿por qué
el título de este post es un llamado a votar? Porque esta elección presidencial
que en escasos días se celebrará no es algo intrascendente, no se trata de escoger un cargo público de menor peso, no se trata de una situación en
la que la alternancia en el poder esté a salvo. En estos comicios que se
avecinan no es válido decir “ningún candidato me parece bueno”, o “no confío en
los políticos venezolanos y en sus partidos”, ni mucho menos la infame e
imbécil aseveración “a mí no me gusta la política”. Te guste o no la política,
ella forma parte de tu vida, de todo lo que haces, de todos los aspectos del
acontecer nacional; así no te agraden estos candidatos presidenciales o no confíes
en los partidos, vota, porque no lo
haces como un favor a ellos, sino en beneficio de tu país y en procura de un mejor futuro para ti y para todos los
venezolanos.
A pesar de las imperfecciones de un sistema de sufragio
universal, en el que las masas pueden llegar a condenarse a sí mismas colocando
en el poder a candidatos ineptos, hechizadas por sus discursos populistas y
demagogos –como hicieron en los años 1998, 2000 y 2006-, y a pesar de que la
abstención bajo ciertas circunstancias sea una opción válida; votar con consciencia y reflexivamente
es la decisión, la herramienta, el arma más importante que tiene la
colectividad nacional para impulsar al país hacia el desarrollo y el progreso.
Ahora bien, tengo la necesidad moral de
invitarte no sólo a votar, sino también a que votes por Henrique Capriles Radonski, quien representa la única opción sensata y
preparada para ocupar el cargo más importante del Ejecutivo Nacional: la
Presidencia de la República, tan degradada en estos últimos 14 años. No compres
las mentiras que venden algunos sectores de la vida política, no caigas en las
trampas de la guerra sucia y el oficialismo inescrupuloso; Capriles no viene a
implantar un régimen neoliberal y despiadado, ni a traer de vuelta el
bipartidismo obsoleto, ni a arremeter contras las clases bajas.
Por el contrario, de la victoria del candidato opositor
dependen tus aspiraciones, metas, y todo lo que quieras alcanzar en Venezuela,
seas de “izquierda”, de “derecha” o de cualquier otra tendencia política y
económica. No porque Capriles sea perfecto, porque no lo es; ni porque vaya a
resolver todos los problemas de Venezuela y convertirla en una potencia, porque
no lo hará, ya que esa tarea es imposible para un solo período presidencial
tras tanto tiempo de destrucción; sino porque es la única posibilidad democrática y pacífica que tenemos de salir de
este gobierno decadente, corrupto, autoritario y violento; de sanar las heridas de la horrible
polarización y odio entre clases sociales que Chávez ha alimentado; de detener el avance de este cáncer que el
chavismo ha representado para el país, y recuperar
de una vez por todas a nuestra Nación del pozo en el que está. Si dejamos que
gane el candidato a la reelección, pueden dar por sentado el desate de una
dictadura férrea y el fin del Estado de Derecho, la democracia, y cualquier
posibilidad de mejoría.
Sinceramente espero que estas palabras ayuden a fortalecer en sus convicciones a los
que quieren progreso, a recapacitar (¿por
qué no?) a los cegados por el odio y el resentimiento, y sobre todo, a convencer a quienes dudaban votar o no
estaban seguros de por quién hacerlo. Ante todo, quiero paz para Venezuela.
Votá por tu familia, por tus amigos, por ti mismo, ¡Votá por Capriles Radonski!
José Alberto Vargas La Roche.