1 razón por la que este no es el momento para convocar una Asamblea Nacional Constituyente.
El pasado diciembre
publiqué 2 artículos en los que afirmaba mi convicción de que sólo una Asamblea
Nacional Constituyente sería capaz de abrirle paso a una nueva etapa histórica
en Venezuela y que ésta representa nuestra última esperanza de cambio dentro del
marco de la institucionalidad (a quienes no conozcan las publicaciones a las
que me refiero, o que no recuerden bien su contenido, les recomiendo que las
lean antes de continuar con ésta. Les dejo los vínculos a ellas; El sexto gran
período: http://www.reflexionesjav.blogspot.com/2013/12/el-sexto-gran-periodo.html ; 10 razones por las que nos
conviene convocar una Asamblea Nacional Constituyente: http://www.reflexionesjav.blogspot.com/2013/12/10-razones-por-las-que-nos-conviene_20.html). No he cambiado mi opinión sobre
la Constituyente del todo, pero sí tengo una visión distinta sobre su
pertinencia actual y sobre el modo en que debemos usarla.
Sigo creyendo que la
convocatoria del Poder Constituyente es la única forma de reestructurar el
Estado, eliminando su vigente entramado organizativo que está predispuesto para
la autocracia y que no cuenta con mecanismos de defensa efectivos contra la
corrupción y las malas prácticas administrativas, legislativas y judiciales;
sigo pensando que es la única forma de extirpar el cáncer que le chupa la vida
a nuestra República y que ya mató a nuestra democracia, de depurar el aparato
estatal, sobre todo en sus altas esferas, de tantas bestias y alimañas que lo
degradan, y de una vez por todas recuperar la democracia
perdida en Venezuela. Pero tomando en cuenta precisamente todo esto, también
considero que este no es el momento de convocar a esa fuerza transformadora. La
Asamblea Nacional Constituyente es un mecanismo para darle una nueva cara al
Estado, dentro de un marco de institucionalidad preexistente y vigente, aunque
probablemente agotado; es decir, que para que ella pueda actuar sin vicios y
amenazas, debe existir un mínimo de institucionalidad aún en pie, lo que no es
el caso que vivimos, donde las últimas gotas de ésta se evaporaron en el
desierto.
Esa, nuestra última vía
y esperanza institucional de cambio no es factible hoy en día, ya que en los
pasados meses quedó demostrado más que nunca que no hay posibilidades de cambio
político apegadas al ordenamiento legal que sirvan en un país donde sus habitantes
no pueden siquiera protestar en paz, y donde las fuerzas de seguridad son
descarados apéndices de un proyecto político, de una dinastía que se niega a
morir y que, mediante ellas, está dispuesta a hacer lo que sea para mantenerse
en el trono, cueste las vidas que cueste. Toda salida al régimen totalitario
del chavismo pasa por las vías de hecho. Por eso, es necesario salir primero
del gobierno que controla todas las ramas del poder público, mediante
mecanismos alternos, para después poder convocar una Asamblea Nacional Constituyente
que purifique y modifique al poder público en pleno con calma y con la certeza
de que se cuenta para ello con un árbitro electoral de transición confiable.
Entonces, la razón
por la que este no es el momento para convocar una Asamblea Nacional
Constituyente -a pesar de que sea necesaria-: Única: La falta de institucionalidad
del país, lo que se traduce específicamente para este caso en que contamos con
un poder electoral ilegítimo y parcializado hacia el gobierno.
¿A qué me refiero con
esto? Pues, a que 3 de los 5 rectores principales del Consejo Nacional
Electoral -Tibisay Lucena, Sandra Oblitas y Vicente Díaz-, y sus respectivos
suplentes, tienen su período constitucional vencido desde hace más de un año (finales
de abril de 2013), y siguen ejerciendo sus funciones ante la deliberada
negligencia y tardanza de la Asamblea Nacional al no designar a sus sucesores
en los cargos, y ante la anuencia del Tribunal Supremo de Justicia que,
basándose en una mala aplicación del principio de continuidad administrativa
-que realmente sólo opera para evitar la interrupción en la prestación de
servicios públicos esenciales, lo que los procesos electorales evidentemente no
son- autorizó a esos rectores del CNE a continuar en ejercicio de sus funciones
hasta tanto a la Asamblea le diera la gana de nombrar unos nuevos, lo cual el
Tribunal Supremo ni siquiera instó al máximo órgano legislativo nacional a
hacer (Link a la sentencia en cuestión: http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scon/junio/165270-623-5614-2014-13-0592.HTML).
Cabe destacar que 2 de esos 3 rectores electorales son pública y notoriamente
afectos al oficialismo. Muy conveniente, ¿no?
También me refiero a
que las otras 2 rectoras principales del CNE -Socorro Hernández y Tania D’
Amelio- tienen sus designaciones, y consecuentemente el ejercicio de sus
cargos, viciados de nulidad, nada más y nada menos que por haber pertenecido a
las filas del partido de gobierno al momento de su postulación al máximo
árbitro electoral -incumpliendo así con la cualidad apartidista que el
encabezamiento del artículo 296 constitucional exige a los rectores electorales
y que el artículo 9, ordinal cuarto de la Ley Orgánica del Poder Electoral contempla
como uno de los requisitos de elegibilidad de éstos-.
¿Cómo se puede
pretender entonces realizar un proceso constituyente, cuando la transparencia
de los 2 comicios que se deben celebrar durante su transcurso -aquel en que se
eligen los diputados constituyentes y aquel en que se aprueba la Constitución
redactada-, y de aquel otro que no pertenece a este proceso pero que es
subsecuente al mismo -el que decide los nuevos funcionarios de elección
popular de los nuevos poderes constituidos-, está en duda incluso antes de su inicio? Es cuestión de lógica darse
cuenta de la falta de conveniencia actual de tal convocatoria.
Otra cosa que en los
pasados meses quedó demostrada más que nunca es que una población despierta y
consciente puede representar una salida a esta pesadilla de gobierno. Hay que
ser insensato para no reconocer que las protestas masivas de estudiantes y
sociedad organizada iniciadas el pasado mes de febrero han hecho tambalear al
régimen más que ninguna elección celebrada en la última década y media. Por lo
tanto, ese es el camino directo e inmediato, debiendo aceptar de una vez por
todas que el real objetivo de cualquier acción de protesta es el cambio de
gobierno, y no escudarnos en fines menores y coyunturales.
Pero no hay que
asustarse, pensar en las vías de hecho y sobre todo, usarlas, no es ni malo ni
delictivo, ni mucho menos golpista (no somos militares ni mercenarios que
puedan planear golpes de Estado), sino todo lo contrario, usarlas es un derecho
y un deber constitucional, lo que se refleja en
los artículos 333 y 350 de la Carta Magna, que dan a todo ciudadano el deber de
colaborar en el restablecimiento de la efectiva vigencia de ella en caso de inobservancia por actos de fuerza o derogación arbitraria, y el derecho
de desobediencia civil, respectivamente, y es además, una manifestación clara
del ejercicio directo de la democracia, al tomar los ciudadanos las riendas del
Estado en una situación de anormalidad y restablecer el orden político
mediante mecanismos alternativos a los electorales. En mis ‘’10 razones
por las que nos conviene convocar una Asamblea Nacional Constituyente’’ enumere
como la segunda que la Constituyente ‘’es
la única vía
(pseudo)democrática que nos queda’’, afirmando que
‘’ (…) cualquier
otra forma de salida se daría al margen de lo constitucional y legal, y
probablemente con el uso de la violencia’’; nada más alejado de la
realidad. Es cierto que cualquier otra forma de salida se daría al margen de lo
legal, pero como deben haberse dado cuenta, jamás de lo constitucional.
José Alberto Vargas La Roche.
Maracaibo verde.
El título de
esta publicación podría sugerir que escribiré sobre algún movimiento
ecologista, o tal vez de algo relacionado con la moda de lo orgánico; pero no,
en estas líneas no les pediré que desechen el desodorante y anden por la calle
orgullosos con el tufo de sus sobacos, ni que se bañen cada 2 días o que sus
duchas duren minuto y medio para ahorrar agua, ni mucho menos que apaguen sus
aires acondicionados y ventiladores o que eleven sus temperaturas para no consumir tanta energía eléctrica, no; el título
de esta publicación es bastante literal, y se refiere a una de mis mayores
aspiraciones para esta ciudad: hacer de ella un pulmón vegetal que conviva con
el carácter urbanizado, que eleve su calidad estética y que ayude a mitigar el
característico calor marabino.
Todos sabemos
que vivimos en un infierno, casi a la par del imaginado por Dante y por tanta
literatura y cine. Un infierno que lo es no sólo por la implacable y creciente
delincuencia, y por la perpetua y generalizada hostilidad y amargura del
maracaibero en el día a día, sino también por el terrible y agobiante calor que
sufrimos en nuestra querida Maracaibo. Repito, sufrimos. Y es que no hay mejor
palabra para describir lo que experimentamos con el calor: sufrimiento.
Maracaibo es
una ciudad plana, semiárida, de altas temperaturas, elevada humedad del aire,
pocas precipitaciones e intensa radiación solar. La temperatura media de
Maracaibo oscilaba, para el período 1970-1998, entre 27,7 y 29,6 °C,
(Fuente: Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología₁.
Nota: gracias INAMEH por tener los datos que ofreces al usuario desactualizados
por 16 años), y quien revise habitualmente la temperatura se habrá dado cuenta
que esa media ha aumentado en los últimos años. Además, esta temperatura, por
sí misma bastante elevada, se une a otros factores o condiciones ambientales
como la humedad relativa, que en el mismo período de tiempo osciló entre 68,0%
y 75,0%², las radiaciones ultravioletas
-que según el índice que las categoriza, en Maracaibo pueden llegar a ser
extremas- (Fuente: The Weather Channel³),
y la velocidad del viento, para generar sensaciones térmicas elevadísimas, que
en los últimos años han llegado a ser de hasta 50 °C.
Vemos
entonces que no en vano el calor y el sol de Maracaibo han sido la inspiración
de refranes (el catire está arrecho), canciones (la famosa gaita que es una oda
al estoicismo del maracucho para aguantar el calor) y por supuesto, el más
conocido mote de nuestra ciudad: la tierra del sol amada. Tal vez germanos,
escandinavos y anglosajones estarían encantados de pasar las vacaciones
invernales en una piscina en Maracaibo, para escapar del fuerte frío que se
vive por esas latitudes, pero lo cierto es que para el marabino la cosa no es
tan bonita; jamás se podrá acostumbrar del todo al calor, por mucho que pase
una vida en esta ciudad, y es que somos humanos al fin y al cabo, y tener que
soportar este clima los 365 días del año no es tarea fácil, tarea que se pone
aún más cuesta arriba al considerar que mientras el calentamiento global hace
de las suyas y va poco a poco calentando más la ciudad, ni el gobierno ni el
sector privado trabajan para mejorar las condiciones de vida del ciudadano ante
las dificultades térmicas, sino que por el contrario parecen olvidar donde
vivimos.
Esto se
aprecia en las malas decisiones urbanísticas y de materiales que toman muchos
arquitectos e ingenieros privados, y en la negligencia del gobierno municipal
al no hacer zonificaciones efectivas y al otorgar permisos de construcción a
obras que no cumplen con los requisitos ambientales exigidos. Así, por ejemplo,
el largo trecho de altos edificios construidos en la avenida El Milagro bloquea
parcialmente los vientos provenientes del Lago de Maracaibo, lo que claramente
afecta la sensación térmica de la ciudad; y, por otra parte, las tablillas
rojas de arcilla usadas para recubrir las fachadas de muchas edificaciones
durante un período importante de la historia contemporánea de la ciudad,
absorben el calor, en lugar de refrescar las edificaciones que protegen.
También
podemos evidenciar el nivel de dejadez de los gobiernos municipal, estatal y
nacional al verificar sus nulas políticas ambientales, específicamente en lo
que respecta a la creación, expansión y mantenimiento de áreas verdes en la
ciudad. La naturaleza semiárida de nuestra ciudad es propicia para el
crecimiento natural de una vegetación xerófila, pero al ser un área tan
poblada, este tipo de vegetación no es el idóneo para dar sombra, frescura y
oxígeno suficientes para los millones de maracaiberos, por lo que se hace
necesario la introducción por parte del hombre de otro tipo de especies de
plantas: frondosas, altas, resistentes al calor, y de rápido crecimiento. A
pesar de esta necesidad, Maracaibo es un desierto donde predominan el negro del
asfalto, el gris del concreto, y el rojo de la tierra arcillosa de nuestra
región, y no el verde de los árboles y la paleta cromática de las flores. La
arborización con que cuenta nuestro Municipio ha sido llevada a cabo
principalmente por los particulares, en muy pequeña escala y sin ningún
criterio urbanístico, por lo que lo más común es ver a nuestros pocos árboles y
arbustos en los patios de las casas y edificios y en las jardineras de las
aceras frente a éstos.
Las áreas
verdes gestionadas públicamente se limitan al parque Vereda del Lago -que
cuenta con más caminos pavimentados con asfalto o concreto, locales comerciales
y tierra sin sembrar, que grama, árboles y flores-, un puñado de pequeñas
plazas y las islas de las calles y avenidas. A esta falta de espacios verdes se
le suma el hecho de que los existentes, además de estar regidos por la
improvisación, y tener una disposición discontinua y poco densa de las
plantas sobre el terreno, carecen de un mantenimiento serio, por lo que no es
inusual ver árboles muy pequeños, deformes, secos y muertos por falta de riego
y demás cuidados correspondientes, mal podados, y demasiado aislados unos de
otros, por lo que no proporcionan sombra y alivio alguno al calor.
Cabe destacar
como otro factor negativo con respecto a la arborización de Maracaibo, que el
ciudadano común no tiene respeto alguno por la flora municipal, al punto de que
fue común ver, por ejemplo, como durante los meses de protesta de este 2014 se
recurría con frecuencia y sin remordimiento a la destrucción de plantas para
usarlas en el levantamiento de barricadas, y en casos aún peores, como algunos
individuos incendiaban árboles por pura diversión (tuve la experiencia
particular de tener un enfrentamiento serio con un grupo de hombres que habían
prendido fuego a una palmera en la intersección de las avenidas 5 de julio y
Bella Vista, al verme intentando apagar el fuego).
Es así pues,
que Maracaibo está urgida de una política ambiental seria y efectiva, que
realmente ayude a mitigar la terrible sensación térmica con que vivimos sus
habitantes y que eleve la cantidad y calidad de áreas verdes para el
esparcimiento y en los lugares de tránsito. Se necesita crear suficientes
parques y plazas que se adecúen a las grandes dimensiones de nuestra urbe, así
como se necesita una arborización extensiva de nuestras calles, avenidas y
aceras, atendiendo todo a criterios urbanísticos de vanguardia, siendo
diseñados por profesionales preparados en las áreas del paisajismo, el
urbanismo y la botánica, contando con sistemas automatizados de riego y con
mantenimiento efectuado por mano de obra capacitada.
También es
más que conveniente que esta amplia labor propenda a diversificar las especies
plantadas, procurando introducir aquellas que sean agradables a la vista, así
como a poner énfasis en la siembra de plantas florales y ornamentales junto a
las que tengan como objetivo únicamente proporcionar sombra, para que así
nuestros espacios verdes no sólo cuenten con la practicidad que significa la
búsqueda del control de la sensación térmica, sino también un elemento estético
que sirva para darle vida y atractivo turístico a nuestra ciudad, e incluso
para contribuir en la calma de los siempre caldeados ánimos del maracucho, al
lograr romper la aburrida monotonía del negro, el gris y el rojo.
Concluyo
entonces exigiendo a la Alcaldía del Municipio Maracaibo y a los gobiernos
regional y nacional en su calidad de colaboradores - tomando en cuenta el
exacerbado centralismo que impera en Venezuela-, que no se limiten a hacer de
la arborización de la ciudad una cosa de simples y eventuales ‘’jornadas’’,
marcadas por la improvisación y la falta de profesionalismo y seguimiento
posterior, que sólo hacen como propaganda política, sino que se aboquen a
elaborar políticas de altura para hacer una Maracaibo verde.
José
Alberto Vargas La Roche.
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