¿El mejor país del mundo?

A menudo nos jactamos de vivir en uno de los mejores países del mundo, y que simplemente estamos pasando por malos tiempos. Quiero desvirtuar ese mito. Esta arrogante creencia común del venezolano se fundamenta en que nuestro país cuenta con una topografía privilegiada, un clima cálido perpetuo, tesoros naturales únicos, una de las mayores biodiversidades del mundo, paisajes de ensueño, playas que se cuentan entre las mejores del mundo, gigantes reservas de recursos minerales e increíbles potencialidades agrícolas.


A esas magníficas características que existen por obra y gracia del constante desarrollo geológico y de la evolución de la naturaleza, se le suelen adicionar otros elementos para alegar la excepcionalidad de Venezuela. Así entonces decimos que los venezolanos somos un gran valor agregado para el país en el que habitamos, porque somos simpáticos, amistosos, calurosos, amables, colaboradores, trabajadores, humildes, con un tremendo sentido del humor, y muchas otras cualidades que nos enaltecen como un pueblo de primera.


Lo cierto es que esto no puede estar más alejado de la realidad. El verdadero venezolano no puede ser más distinto al perfil que describí anteriormente. Lo que yo mismo, como venezolano de nacimiento, crianza y residencia, he podido observar en mis veintidós años de paso por esta Nación, es que el venezolano es un sujeto muy particular, cuya forma de ser y de actuar ha sido moldeada por cientos de años de colonialismo, mestizaje, desigualdad, inestabilidad política y económica y una brecha enorme entre grupos con condiciones de vida que van de las excesivamente a las más o menos precarias, y otros con situaciones de privilegio casi novelescas.


No quiero generalizar demasiado tampoco, porque emitir juicios de valor genéricos, ya sea en un tono positivo y halagador o críticamente negativo, implica una simplificación ignorante de las cosas y una negación de la individualidad y características particulares de cada persona, que existen por nuestra mera condición de seres vivos distintos uno del otro, con características genéticas diferenciadas, criados en distintos ambientes, por distintas personas, y con distintos eventos y circunstancias ocurridos en nuestras vidas que perfilan cada personalidad; individualidad que precisamente significa que hay personas con más o menos cualidades y defectos.


Ahora, tener una concepción excesivamente individualista de los habitantes de un país también es un enfoque errado, porque significa negar que esos habitantes conviven en una sociedad, no aislados, y precisamente esa interacción social los moldea e introduce en cada persona rasgos compartidos de carácter, comportamiento y mentalidad.


Son esos rasgos compartidos del venezolano en su mayoría terriblemente negativos, y si bien pueden enumerarse unos cuantos, yo creo que hay cuatro características de nuestra mentalidad común que nos marcan especialmente y que han sellado hasta ahora el devenir de nuestra Nación. El venezolano es, por naturaleza, vivo, vago, corrupto y agresivo.


Yo mismo soy, como buen venezolano, lamentable -y orgullosamente, qué ironía- vago y usualmente agresivo en escenarios innecesarios, aunque gracias a mi propia individualidad y a los valores en que fui criado, logré evitar la maldición de la corrupción y puedo, con nada de humildad, decir que no me gusta incurrir en esas prácticas, que nunca he robado ni un céntimo y que nunca he jodido a nadie.


La corrupción y la haraganería del venezolano son rasgos con un mismo origen: el facilismo; americanismo que se puede definir -según la Academia- como la "tendencia a hacer o lograr algo sin mucho esfuerzo, de manera fácil y sin sacrificio"[1].


Recuerdo haber leído un artículo que me dio un profesor en la universidad -de esos que realmente merecen ser llamados profesores- que afirma que "recibimos de España una cultura que aprecia más los mitos grandiosos, la vida heroica y el espíritu nobiliario que la virtud del trabajo manual, el progreso material y la vida en sociedad"[2]. Esto explica que el facilismo esté embebido en la mentalidad del venezolano, y en general, del iberoamericano, desde hace siglos.


La haraganería es un legado dejado por nuestra madre cultural, España, y fuertemente enraizado en Venezuela durante la colonia, cuando las personas de la aristocracia colonial no tenían que trabajar ni someterse en obediencia a nadie, salvo a los distantes Dios y Monarca, ya que su hidalguía, nobleza y sangre pura española les garantizaban fortunas de cuna y personal de servicio que ejecutaba toda orden y labor que necesitasen, y aun cuando las décadas secaron esas fortunas, no pudieron con los ánimos de no trabajar y las ínfulas de superioridad a la ley, que siguieron como señal de estatus social.


Surgió pues, una especie de creencia de que mi condición superior me da una libertad absoluta que me pone encima del cumplimiento de la ley y de nimiedades como el trabajo. Y vamos a estar claros, ¿a quién no le gustaría vivir sin tener que trabajar?, pero una vida sin trabajo sólo se justificaría si pudiera sobrellevarse económicamente por fortuna y suerte, o si la persona en cuestión decidiera vivir en la pobreza; pero no trabajar por creerse superior a ese tipo de actividades es otra cosa.


Estas creencias hicieron ósmosis a los demás estratos de la sociedad, sin importar cuán pobres económicamente fueran, por lo que no trabajar se convirtió en una forma de emular a las clases sociales de alcurnia, de adquirir una sensación de libertad sobre la ley y el trabajo.


Para los que piensen que la historia no es importante, pues helo ahí: el facilismo del venezolano, uno de los malditos culpables de nuestros males.


Esta situación continuó a través de los siglos, y yo diría que mutó, para convertirse ya no necesariamente en signo de riqueza, sino de viveza. El que menos trabaje, el que pueda conseguirlo todo de la forma más fácil posible, es el mejor, el más vivito, la última Pepsi-cola del desierto.


Y eso me lleva al segundo rasgo de nuestra mentalidad compartida que nos tiene pasando penurias, esa viveza. No es poco común oír decir a una madre "mijo, sea vivo" cuando su pequeño vástago parece no serlo suficientemente como para merecer el título de venezolano. La viveza es una actitud inculcada desde que se nace. Muchas familias parecieran avergonzarse de tener algún pariente correcto en su proceder y calmo en sus ánimos.


Ahora, ¿qué es la viveza? En mi personalísima opinión, es una actitud producto de un egoísmo desmesurado, de un narcisismo en el que yo tengo que ser primero en todo lo que me proponga hacer, sin importar los medios -estilo Maquiavelo-, lo que me produce gran satisfacción y una especie de auto-realización a expensas del bienestar de los demás, y lo que es peor, me gana los elogios y la admiración de otros, no su reprobación. "La viveza es un comportamiento ambivalente. Por un lado, es motivo de elogio, puesto que representa la capacidad de salir avante en situaciones difíciles. (...) Por otro lado, la viveza puede ser reprochable cuando se utiliza para "tumbar", engañar o sacar provecho de alguien; alguien que por lo general cumple. (...) Pero en América Latina la diferencia entre estos dos sentidos de la viveza se desvanece en la práctica’’[3].


Y no se engañen, la viveza del venezolano suele manifestarse en cosas pequeñas, pero nunca es buena, porque hasta para esas cosas pequeñas se usa en dosis grandes. Una persona puede ser "pilas" o "avispada" -o sea ser ingenioso y actuar con rapidez- sin dañar a otros, pero definitivamente la viveza vive -redundancia intencional- de destruir a los demás. Desde tragarse una luz de un semáforo o un pare, colearse, o cualquier otra acción que todos en alguna ocasión hemos hecho y que pueda parecer una pequeñez, los gestos de viveza se van acumulando para convertir a Venezuela en el lejano oeste de los Western, tierra de nadie habitada por bandidos que hacen lo que les da la gana y donde todo está permitido. "Hay que ser vivo, no huevón". Digan lo que digan, prefiero ser "huevón".


La viveza tiene una gran hija, una discípula que superó a la maestra, y que se alimenta por nuestra holgazanería innata. Me refiero a la corrupción. El venezolano pareciera llevarla impresa en sus genes. Pero ¿por qué digo que hay una conexión generadora de corrupción entre la viveza y el facilismo? Simple. Si no quieres trabajar, si quieres conseguirlo todo de la manera más fácil posible, y cuando digo "conseguirlo todo" me refiero realmente a "todo", es decir, quieres ser rico, pero sin sudar por ello y sin tener fortuna familiar ni haberte ganado la lotería o algo por el estilo, ¿cómo haces para lograr tu propósito? Pues recurriendo a trampas, triquiñuelas, trucos, vías al margen de lo legal y moral, sobornando, pervirtiendo y viciando a los demás, porque ¡claro!, ya estás acostumbrado a actuar deslealmente. Joder a todo el mundo es lo tuyo. Eres experto en mojarle la mano a los funcionarios públicos, y si eres uno de ellos, eres experto en hacer que la gente sea seria y se baje de la mula.


Esa corrupción la vemos todos los días, y se ha acentuado en los últimos pocos años de manera grotesca entre la población que no forma parte de la burocracia estatal (es decir, la mayoría de venezolanos, cada vez menor, que no somos funcionarios públicos), hasta convertirse en un modo de vida, una verdadera forma de sustento económico. Me refiero específicamente al fenómeno del contrabando o "bachaqueo" como normalmente le llamamos, que es una muestra clara del amor del venezolano por la corrupción. Nada mejor para ese gran sector de la sociedad que comprar escasísimos productos de primera necesidad con precios mantenidos bajos por el control del Estado -control que precisamente genera tal escasez-, para luego revenderlos a precios asquerosamente elevados. He ahí los verdaderos especuladores y usureros: los bachaqueros, no el asfixiado y encadenado empresariado formal. 


La corrupción de nuestros bachacos no sólo yace en el hecho de contrabandear productos, sino en todo el aparataje que necesitan para ello: utilizar a todo sujeto disponible para hacer las colas y adquirir más productos de los permitidos a una sola persona, pagarle a los empleados del centro de venta de productos para fungir como informantes de la llegada de los bienes, sobornar a funcionarios públicos y militares para evitar controles y fiscalizaciones, y así un largo etcétera.


Y no es que el sistema de controles a la economía esté bien, todo lo contrario, es una aberración, pero se ha convertido en una oportunidad de oro para que la sociedad venezolana, ricos y pobres, alimenten su vena corrupta, para que parte de los de abajo vivan en un falso estado de bonanza, una prosperidad corrupta, una Gilded Age a la venezolana; y todo ello porque vivir del contrabando es más fácil y más lucrativo que tener un trabajo honesto con horario fijo y salario determinado. El facilismo impulsa a la corrupción, es una relación de simbiosis perfecta.


La última de las características comunes de la mentalidad venezolana es la agresividad. Particularmente atribuyo este rasgo a varios factores contribuyentes. Uno es la desconfianza mutua entre los individuos que habitamos este país. No existe una verdadera sociedad, cohesionada, con un sentido de pertenencia que impulse a que cada quien no sólo procure por el bienestar propio, sino de la Nación como un todo. No existe –o existe en cantidades ínfimas- un sentido de solidaridad que se añada al egoísmo lógico y natural de los seres humanos, sino que cada quien vela en Venezuela exclusivamente por sus intereses, y cada quien ve en los demás a alguien que actúa como sí mismo: con viveza y deshonestamente, lo que genera unos niveles altísimos de desconfianza entre cada venezolano que los predispone a ser violentos el uno contra el otro en las situaciones de la cotidianidad.


Otro factor contribuyente a nuestra agresividad social es el machismo cultural de este país. En una Nación que dice ser matriarcal, la realidad es que hay un machismo muy fuerte. El estereotipo del macho alfa es el ejemplo a seguir, el modelo a alcanzar por todos los hombres del país. Quien no encaje en ese molde, independientemente de su identidad sexual o de sus habilidades, es un maricón o un débil -lamentablemente equiparando ambas categorías-, por lo que todo varón se ve movido a lograr esa meta. Incluso en la mayoría de las familias matriarcales -que lo son no porque se le dé el rol de jefe a la madre, sino sencillamente porque hay ausencia de padre- el machismo está fuertemente incentivado por las propias matriarcas, quienes educan a sus hijos en ese modelo.


El último factor al que culpo específicamente por la agresividad del zuliano es al clima. Sí, al clima. Podrá tal vez parecer un chiste pero no lo es. El zuliano es, por naturaleza, más agresivo y violento, mordaz y burlón, ácido y amargado que la media de los venezolanos, y las inclementes temperaturas que azotan a nuestra región histórica los doce meses del año son protagonistas de esos defectos zulianos. Y es que una temperatura sofocante, en una sociedad que a pesar de haber vivido siempre con ella nunca ha adaptado totalmente su cultura al calor, se presta para pasarla mal. Imagínense ser chofer de carrito por puesto o autobús, o ser vendedor ambulante o buhonero, o incluso, algo a lo que muchos sí se podrán relacionar directamente, ser un simple peatón o usuario del cagajón que tenemos por sistema de transporte público, y tener que pasar horas pasando sol, humedad y sudando; es normal que los ánimos no sean los mejores, y cuando todos esos ánimos incendiarios confluyen en ciudades y pueblos sin infraestructuras prestas para mitigar el calor, la violencia explota.


En conclusión, pienso que todas las potencialidades de Venezuela y los venezolanos se ven fuertemente opacadas por esos problemas comunes de nuestra mentalidad, y sólo si los erradicamos podremos mejorar. Pero para erradicarlos hay que aceptarlos y afrontarlos. Afirmar alegremente y todo el tiempo que somos lo mejor del mundo, que el venezolano es un saco de virtudes, es cerrar los ojos ante una triste realidad de la que formamos parte todos y a la que tenemos de una vez por todas que aceptar, para poder batallar.


José Alberto Vargas La Roche.



[1] Real Academia Española. 22. ª edición del Diccionario de la lengua española. http://lema.rae.es/drae/?val=facilismo
[2] García Villegas, Mauricio. Ineficacia del derecho y cultura del incumplimiento de reglas en América Latina.
[3] Ibídem.



2 comments:

  1. Muy bien redactado y completo este post. En lo personal desdé que tengo uso de razón (pienso yo que desde que aprendí a leer), he pensado y he dicho sin ningún pudor que Venezuela es un país maravilloso con personas que carecen de valores, arraigo, moral y amor al trabajo. Nuestra "mayoría" es hoy por hoy la peor versión del Venezolano desde los tiempos en que se usaban flechas... Nuestros antepasados fueron la vergüenza cultural desde siempre, nuestras bajas estaturas, nuestros pies, nuestra alimentación y la poca inteligencia ya venia determinándose por la pereza que si nos caracteriza. Mientras que en los países asiáticos se luchaba por las mejores comidas aquí era más sencillo comer del piso. La mentalidad no ha cambiado mucho la diferencia es que ahora nos tiran la
    Comida desde un camión.

    La descomposición ha llegado a niveles apocalípticos, y me atrevo a darle un pequeño crédito a la tecnología tal vez ya que esa capacidad que tenemos para tergiversar lo bueno pues, hasta para eso nos hicimos flojos, para leer un buen libro para aspirar a más.

    Creo que no me gusta mucho la idea de incluirme en esa clase de Venezolano, el vivo, el corrupto, el burlón y mentiroso, el idolatra de seres terrenales. Me gusta pensar que carezco de esas cualidades tan Venezolanas, gracias al esfuerzo de mi familia por luchar contra una corriente arrasadora o por tener siempre bajo mi brazo a unos grandes autores que aun estando en el sepulcro me dieron cátedras de como vivir.

    En resumen? Tienes toda la razón Venezuela necesita su punto y aparte. Su borrar y volver a empezar, para mi? Es muy poco probable que pase pronto...

    Que la fuerza nos acompañe intentando cambiar este pedacito de mundo en donde nos toco vivir.

    Debo confesar que en secreto aun me emociona escuchar el Himno Nacional y mirar una bandera ondear, creo que es la necesidad de creer que todo podría cambiar algún día.

    Al fin y al cabo esté fue mi primer hogar.

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    1. Muchas gracias por tus palabras. Buena reflexión. Tienes razón, el cambio no pareciera que viene pronto, pero como tú dijiste, nos toca a nosotros hacer algo para intentar traer algo de mejora.

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